jueves, 16 de agosto de 2018

De nuevo

El título lo dice todo: de nuevo estamos aquí, tú -que me lees- y yo -que te escribo y que me escribo a mí mismo mientras me describo y me descifro.

Mi mujer no me ha dejado otra opción y, como siempre, tiene razón: para el cerebro en queso de Gruyère sólo hay un remedio...

Así que aquí estoy, rallándome y deshilachando mis ya de por sí vaporosas ideas, a ver si compartiéndolas, salimos a la luz, aunque sea un rato, y juntos nos solazamos al dejar que el sol caliente nuestros cansados hombros.

jueves, 6 de diciembre de 2007

Montecassino

Ayer hablábamos de que las raíces de Europa son el cristianismo y las humanidades, significadas en el Gólgota y la Acrópolis, pero también mencionábamos Montecassino, precisamente como símbolo de la reelaboración en clave cristiana del acervo grecorromano: es decir, el humanismo cristiano en toda la extensión de la palabra.

Elijo Montecassino como símbolo porque es el monasterio fundado por San Benito en 529 en el que despertó el germen de la vocación de Santo Tomás de Aquino. Tomás había nacido en el Castillo de Roccasecca, cerca de Aquino, y a los cinco años ingresó como oblato en la Abadía de Montecassino. Allí se formó hasta los catorce años, en que pasó a la Universidad de Nápoles. Luego tomó los hábitos dominicos y vinieron las estancias en Colonia y en París, y la imparable carrera intelectual del Doctor Angélico, hasta su muerte en la abadía cisterciense de Fossanova cuando se dirigía, por encargo del Papa Gregorio X, al Concilio de Lyon.

Pero Montecassino es, además, lugar de una de las más importantes batallas de la Segunda Guerra Mundial, en el avance de los Aliados sobre Roma y simultáneamente en el intento de cortar la posible ayuda de las tropas alemanas en Italia de cara al inminente desembarco de Normandía.

Pero además, Montecassino había sido un campo de prisioneros durante la Primera Guerra Mundial, y fue allí donde el más grande filósofo del siglo XX, Ludwig Wittgenstein, acabó de redactar, estando prisionero, su célebre Tractatus Logico-philosophicus, la obra más influyente del pasado siglo y que devuelve la cordura a la filosofía, o al menos abre una vía con sentido en medio de tanta filosofía sin-sentido.

Sí, definitivamente, Montecassino es uno de esos lugares simbólicos en la tradición de la verdadera Europa.

Mala estrategia

Llevo mucho tiempo convencido de que nuestra cultura se va a pique; que es insostenible, desde todo punto de vista, nuestro modo de vivir; no es sólo la contaminación atmosférica o los millones de toneladas de basura vertidos cada día; no es sólo lo insostenible del sistema de seguridad social o la dependencia absoluta de la tecnología; no es sólo la perpetua tendencia a lo inmediato y el consumo compulsivo como ansiolítico social; sobre todo es la crisis de valores, el linchamiento continuo a la familia y la religión, el envejecimiento imparable de una sociedad contraria a la vida, el abandono absoluto de las mejores instituciones sociales, la muerte de la cultura y el arte… Nuestra sociedad de usar y tirar se va al garete. Llevo tiempo viéndolo venir y oyéndolo decir.

También llevo mucho tiempo oyendo —y no sólo a los Papas— que Europa debe retomar sus raíces cristianas; que debe reencontrarse a sí misma en lo que realmente es; que, por poner sólo un ejemplo, la malograda Constitución Europea pretende obviar la verdadera tradición de Europa: el cristianismo y las humanidades, o el humanismo cristiano, el Gólgota y la Acrópolis y Montecassino y su reelaboración en clave cristiana del acervo inmenso grecorromano…

No es ninguna novedad. Sin embargo, hoy es el día en que por fin me he dado cuenta de que ambos procesos son uno y el mismo: nuestra civilización se cae, va a colapsar económicamente como está colapsando cultural y artísticamente, porque está socavando sus cimientos, que son precisamente el cristianismo y las humanidades, le pese a quien le pese…

Mala estrategia cavar un foso debajo de nuestros pies…

Superficialidad

Si la posmodernidad es el pensamiento —por llamarlo de algún modo— de nuestros días, en este mundo nuestro del bien-estar pero mal-ser, de la tecnificación y la eugenesia, y si la posmodernidad no es más que la Modernidad en plan frívolo, parece claro cuál es el problema de esta vieja Europa nuestra: la superficialidad, la vanalidad, que viene de vano, hueco, vacío. Falta hondón, falta profundidad, falta, como diría Arguiñano, fundamento. Sólo pinta lo efímero, lo pasajero, lo inmediato; aquello que está tan a mano que casi no hay ni que extender la mano para alcanzarlo, lo que está a flor de piel, lo superfluo. Pan y circo, como la Roma decadente y próxima a la caída del Imperio… Claro, a ellos como a nosotros, les faltaba fundamento, hondura, raíces. Y ya se sabe que sin raíces no puede haber flor y fruto… Normal que en nuestros días el arte y la cultura sean reality shows y el circo de la desgracia humana.

Lo superficial no aguanta si no hay un sustrato debajo. Nuestra Europa ha perdido el sustrato, a fuerza de limitarse a la superficie. Nuestra Europa tiene los días contados.

Posmodernidad

La posmodernidad es la última reedición, hasta le fecha, del programa moderno, de la Modernidad iniciada con Descartes y que tiene sus antecedentes inmediatos en Duns Escoto, Ocham y Eckhart. La Modernidad es el sueño de la razón, la utopía del progreso sin límites, la sustitución de Dios por la diosa razón, entronizada en la catedral de Nôtre Dame de París; es el afán sin fin de dominio de la naturaleza, la sustitución de la libertad por la autonomía, la filosofía de la sospecha, de la duda metódica, el abandono de la verdad en aras de la certeza, el obcecamiento en las —ideales— condiciones de posibilidad, la preocupación por el método, por el camino, sin importar en absoluto el objetivo a que tal camino conduce, la pregunta que se queda preguntando por la pregunta y olvida buscar respuesta… La Modernidad es ir a mirar por la ventana y quedarse viendo eso: la ventana, y no atender a lo que se ve a través de la ventana. Es centrarse en nuestras ideas y no en aquello que conocemos gracias a nuestras ideas. La Modernidad es mirarse en un espejo y creerse, imbécilmente, que lo real es la imagen que estoy viendo enfrente de mí…

¿Y la posmodernidad? La posmodernidad es la Modernidad en nuestros días, es un aparente intento de reacción contra la Modernidad que no pasa de ser más que un paso adelante dentro de la Modernidad. La posmodernidad es la Modernidad en plan frívolo.

Tarta de fresa

Cuando era niño ponían de vez en cuando una película de dibujos animados que se titulaba Tarta de fresa. Me hubiera dejado matar antes de confesar que me gustaba. Pero el caso es que me encantaba. Narraba la historia de una niña que —no sé muy bien por qué— viajaba a un lugar lejano separándose así de sus amigos. Y en aquel lugar lejano —tampoco sé por qué— participaba en un concurso de cocina en el que había un cocinero muy delgado y más malo que la quina. Supongo que la niña debía de cocinar una tarta de fresa, pero, fuese como fuese, el caso es que ganaba y así se abría para ella la posibilidad de regresar a su casa y reencontrarse con sus amigos. Pero entonces tendría que despedirse de los nuevos amigos que había hecho en el concurso —ya se sabe que, en los dibujos, un concurso de cocina es tal aventura que de ahí se sale con amigos para siempre—. Y entonces venía la terrible duda: vuelvo con mis viejos amigos y abandono a los nuevos o me quedo aquí con los nuevos y abandono a los antiguos… La niña —y yo con ella— lo pasaba mal, hasta que finalmente todo se solucionaba porque los nuevos amigos decidían que viajarían con ella y se quedarían a vivir en el pueblo de origen de la niña, y así todos serían felices. Y efectivamente, así acababa la película. Sin embargo, yo sabía bien que la realidad era bien distinta —tal vez por eso me gustaba tanto aquella historia— y que en verano no podía estar con mis amigos del cole y durante el curso no podía estar con mis primos… Sabía que no podemos tener todo. Ni siquiera a nuestros amigos.

Hoy sé que Tarta de fresa es verdad. El Cielo poder estar a la vez con amigos de ahora y los de entonces, los de aquí y los de allí lejos. El Cielo es una reunión, una fiesta. Como dice el anuncio de la ONCE, nada se pierde.

Tejas

Podemos mirar de tejas arriba porque vivimos de tejas abajo: la villavesa, las lentejas, los números rojos, la bañera de los niños. Todo eso, todo lo cotidiano, tiene el valor de estar justamente debajo de eso que hay de tejas arriba; tiene el valor de que puede ser iluminado por el sol porque está bajo el sol. Sin embargo, si lo que está de tejas abajo no se deja iluminar, si no alzamos a veces nuestra mirada de tejas arriba, si no contemplamos y amamos la verdad y el bien, entonces no estamos de tejas abajo: estamos de alcantarillas abajo. Y es pena…